La muerte es una curva en el camino, y morir es no ser visto, y si presto atención, puedo oír tus pasos, existiendo como yo existo. La tierra está hecha de cielo y la mentira no tiene nido. Nadie jamás se perdió, todo es verdad y camino.”
In Fernando Pessoa, 1997. Poesías. Ática.
¡Qué difícil tarea esta de decirte adiós! Adiós, amigo mío, y gracias por todo. Pero antes de despedirme, debo expresarte que la muerte me ha enseñado más que la vida. Me enseñó que el tiempo pasa demasiado rápido, incluso cuando creía que estarías aquí para siempre; que la expectativa no lo es todo, y que mis penas son diferentes a las tuyas, porque nunca te preocupaste por lo que no se hizo, sino por lo que hicimos. Qué equivocado estaba, no existe tal cosa como el vaso medio lleno o medio vacío; en verdad, la vida es un callejón sin salida: sabes cuándo entras, pero no cuándo sales.
Desde ayer, los días están tristes, grises, lluviosos y en desasosiego, como yo. ¡Llegué tarde! y no pudimos despedirnos. Pero, ¿sabes? Aun con el desaliento de no haber llegado a tiempo para darte mi mano mientras partías, me dejaste exultante con la forma que encontraste para despedirte de mí. Sí, lo recuerdo ¿cómo no? Cada mañana, en la ventana, fijabas la vista en los pajaritos que bajaban temprano hasta las aceras en busca de migajas; así fue como se hicieron amigos. No puedes imaginar cómo se apaciguó mi alma cuando esa paloma reposó en el espejo y, mirándome fijamente, me brindó el adiós que antes no pudimos compartir.
Me hiciste entender que la vida y la muerte son dos caras de la misma moneda, que la vida puede ser tan auténtica como la muerte caprichosa, sobre todo cuando llega sin anunciarse. Quiero que sepas que nunca más me pondré esa camiseta color vino de la buena suerte que siempre usaba en los momentos más difíciles, porque ayer me la puse pensando que te ayudaría, que te haría regresar a casa, pero fue en vano. Te fuiste a marchas forzadas, pero sé que tu alma será tan propia como tú fuiste en vida: decidido, con carácter y sin temores. Sé que no regresarás al balcón, que no estarás en las escaleras o en el corredor, que no jugaremos más, que no habrá más correrías en la noche, ni más juegos, ni más risas; y sé también que no volveré a sentir tu diminuto corazón latiendo a la velocidad de un Fórmula 1, justo porque hoy dejó de latir. Hasta el Quijote te echará de menos.
Sería imposible no recordar Las intermitencias de la muerte de José Saramago, quien tampoco la pudo vencer, como tantos otros, pero la desafió. En su libro, la obligó a no matar, a declararse en huelga, a dejar de llevarse a sus elegidos durante un tiempo, el mismo tiempo en el que tuvo que reflexionar sobre la vida y la compasión, porque no solo la muerte quita, la vida también lo hace. Por ello dijo Saramago: – Así es la vida, va dando con una mano hasta el día que te quita todo con la otra (p. 222). Y me pregunto: ¿qué pasaría si la muerte, de nuevo, dejara de matar por un instante?, ¿y si te diera más tiempo?, ¿y si me permitiera abrazarte una vez más?, ¿y si pudiéramos hacer lo que no hicimos? y si, y si, y si…
Antes de que te vayas definitivamente, quiero confesarte que en el último semáforo donde paré antes de llegar a ti, y antes de que sonara el teléfono por tercera vez, sentí que partías. No me preguntes ni cómo ni por qué, solo sé que te sentí justo en el momento en que decidiste abandonar la vida. Entiendo que no pudiste esperar, porque la propia muerte no tuvo más alternativa que llevarte en aquel momento, ya que ella todo lo sabe, y por eso sabía que había llegado tu momento. Dicen que la fecha de defunción se marca en el día que uno nace, pero no te preocupes, no volverá a pasar, porque en el más allá no existe el tiempo, y como tal, ni se nace ni se muere; ahí llegas y ahí te quedas.
Sé que ni la edad ni la enfermedad te ayudaron, pero aún creo que la muerte llegó demasiado pronto. No fue justa. Ahora tendré que esperar otra existencia, porque en esta vida nuestros caminos se desenlazaron. Tal vez por eso hoy tuve la sensación de que el tiempo se detuvo, pero sé que no es así. Sé perfectamente que ahora debo seguir mi camino, pero créeme, algún día te alcanzaré y volveremos a estar juntos. Hasta entonces, amigo mío, quiero decirte que fue un honor ser tu compañero de viaje, un viaje corto pero auténtico. Cuídate mucho.
Fernando Pessoa. (1997). Poesías. Editorial Ática. ISBN: 978-97-2617-006-8.
José Saramago (2005). Las Intermitencias de la Muerte. Editorial Alfaguara. ISBN: 978-84-2046-945-4.