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martes, octubre 15, 2024

Cicerón resucitado y el joven que aún no ha sido viejo

Hace poco terminé de leer Caín de José Saramago, una obra que narra las aventuras vividas por el hijo de Adán y Eva, quien, tras asesinar a su hermano Abel, fue sentenciado por Dios a vagar por diversos escenarios bíblicos. Sería interesante reflexionar sobre esta nueva versión de hechos tan importantes como la destrucción de Sodoma y Jericó, la demolición de la torre de Babel, el casi sacrificio de Isaac, hijo de Abraham, o inclusive, la versión apocalíptica de la barca de Noe, donde solo Caín y los animales escaparon con vida, pero no es ese el propósito; con todo, y motivado por la obra del portugués decidí resucitar a Cicerón, dejarlo un rato en la actualidad e imaginar lo que pensaría el filósofo sobre nuestro entendimiento de la vejez tantos años después de su muerte.

Así que lo arrojé a un día común y corriente, y se puso a pasear por las soleadas y calurosas calles de la ciudad. Cansado de caminar, decidió sentarse en un banco del jardín, donde dos jóvenes miraban inquietos un aparato que llevaban en las manos (por fortuna, Cicerón todavía no sabe lo que es un móvil). Se volteó hacia los jóvenes y les dijo: —Buenas tardes, ¿Por casualidad no quieren que les comparta un poco de mi retórica humanista? —No, viejo, gracias, pero prefiero seguir chateando —respondió uno de los jóvenes. El filósofo, abrumado pero insistente, lo retó: —¿Acaso crees que estoy viejo? —No lo creo, ¡se te nota! —le respondió el joven con tono molesto pero contenido.

Cicerón reflexionó un momento y, recurriendo a todas sus antiguas habilidades políticas, filosóficas y de buen orador, señaló: —¿Sabes? La vejez siempre llega antes de lo esperado, independientemente de lo joven que seas o parezcas, y de nada sirve enfrentarse a la naturaleza, es como si los gigantes quisieran desafiar a los dioses. —¡Eso era en tu tiempo! Ahora enfrentamos a los gigantes y a los dioses sin miedo. Hoy, querer es poder, y eso es lo único que importa —respondió el joven. El filósofo frunció el ceño, en una mezcla de sorpresa y repulsa, contuvo su respuesta inmediata y, con serenidad, replicó: —También nosotros enfrentábamos nuestras batallas, pero siempre con un propósito de bien, buscando lo mejor para todos, incluidos los jóvenes de nuestro tiempo.

Supongo que este joven estaba más interesado en los mensajes de WhatsApp que en la lección magistral de aquel entrometido, así que replicó: —¡No sé cómo es eso, porque una vez viejos se apartan de la vida activa, son débiles y se privan de los placeres de la sensualidad! Cicerón, lleno de orgullo, se acomodó y alegó: —Refuté esas afirmaciones en el año 43 a. C., en mi obra Cato Maior de Senectute; y que sepas que no abandonamos la vida activa, tenemos nuestras propias ocupaciones, aunque no sean las mismas que las de los jóvenes; tampoco es correcto decir que el cuerpo de los viejos se debilita, aunque hay ancianos enfermos, pero ni los jóvenes escapan de la enfermedad; y por último, no nos privamos de los placeres sensuales, simplemente evitamos la lujuria, que, como dijo Platón, es el cebo del mal, puesto que ciega los ojos de la mente e impide pensar con claridad.

El joven abrió los ojos de par en par, sin poder procesar lo que acababa de escuchar, pero Cicerón no le dejó hablar y continuó con la misma seguridad: —Y algún día te darás cuenta de que envejecer es ser respetado, sentir serenidad y vivir con sensatez, y que tales honradeces solo aparecen cuando comprendes que leer un buen libro o hacer jardinería puede ser más placentero que disfrutar de la lujuria de un acto sexual. El joven se levantó asustado, pensando que aquel hombre podría estar demente, y se fue con su amigo. El filósofo, muy indignado, también se levantó y dijo gruñendo: —Deseó regresar a Roma; así que lo regresé, pero no sin antes decirme: —Ni sé por qué me molestó, si ya sabía que el estigma sobre la vejez era inmenso, y precisamente por eso, 1981 años después, redacté mis argumentos sobre este tema. Nos despedimos, pero nunca le dije que no estábamos en el año 2024 a. C., sino en el 2024 d. C.

Bibliografía:

Cicerón. (2004). El arte de envejecer. Ediciones Akal. ISBN: 978-8446-010-56-0.

Charles Y. Da Silva Rodrigues
Charles Y. Da Silva Rodrigues
Profesor asociado de la Universidad de Guanajuato, México. Investigador del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) de CONACYT. Investigador do Centro de Investigação Professor Doutor Joaquim Veríssimo Serrão, Santarém, Portugal. Investigador colaborador del CEMRI-UAb, Estudio para las Migraciones, Lisboa, Portugal. Miembro del Claustro de Doctores de la Universidad de Extremadura, España. Formación: Posdoctorado en Filosofía Antropológica por la Universidad de Lisboa. Doctorado en Psicología por la Universidad de Extremadura, Campus Badajoz, con Sobresaliente CUM LAUDE. Especialización en Neuropsicología por el Instituto CRIAP, Lisboa. Maestría en Docencia Universitaria para la Educación Digital por la Universidad de Guanajuato. Maestría en Psicología del Lenguaje y Logopedia por la Universidad Autónoma de Lisboa (UAL). Licenciatura en Psicología Clínica, UAL. Licenciatura en Filosofía por la Universidad de Lisboa (FLUL).

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