El tiempo es un fenómeno misterioso, en verdad, inexplicable. En la adolescencia todos quieren que el tiempo pase lo más rápido posible, ser independientes, buscar el amor, saber manejar, votar, y si sobra tiempo, ir a la Universidad. Luego, tener un buen trabajo, establecerse con su media naranja y ser padre, a pesar de que estos bienes, que eran esenciales, ahora, además de caros, son escasos; en pocas palabras, ser inmortal. Entonces, un día, como cualquier hijo de vecino, uno se despierta y se da cuenta de que el tiempo pasó; el espejo resalta las primeras señales de algo que hasta entonces, ni se contemplaba, los signos del tiempo, es decir, dejamos de ser inmortales.
Justo en ese momento, entran las ganas de echar cuentas, y no al dinero, sino a lo que verdaderamente se ha disfrutado de la vida. Si pensamos en un individuo que ha tenido la suerte de vivir 80 años, que durmió 30 y necesitó de otros 30 años para su desarrollo (nacimiento y envejecimiento), la pregunta más coherente sería: ¿disfrutó de su tiempo útil? Siendo que disfrutar, en este contexto, significa cualquier cosa como el cálculo de la intensidad y del tiempo invertido para apreciar instantes tan comunes en la existencia, como el recién enamorarse, dar o recibir un beso, o escuchar las olas del mar.
En realidad, el tiempo es tan valioso que debería considerarse el mayor activo de la economía personal, sobre todo, porque es una inversión irrecuperable, así que cada decisión cuenta. Imagine, que hipotéticamente compró una casa, pero ahora, su proyecto de vida cambió, y esa casa perdió el sentido que tenía; entonces puede decidir venderla, recuperar la inversión, y con suerte, no perder dinero o incluso, lucrar. Sin embargo, si pensamos que ese dinero es el resultado del tiempo que trabajó para ganarlo, entonces, perdió su tiempo, y consecuentemente, el dinero. Tal vez sea por eso, que nuestros abuelos, y muchos de nuestros padres, no se cansan de repetir que el tiempo es dinero.
Lo que no entiendo es ¿porque razón la gente continúa perdiendo el tiempo con trivialidades y con gente tóxica? Supongo que darse cuenta de que el tiempo se está agotando, y no haberlo vivido como se deseaba, genera en las personas una cierta fragilidad; y como bien sabemos, en la oscuridad cualquier promesa de luz tiene un valor incalculable. Por lo tanto, surge la desesperación, donde buena parte de la gente estaría dispuesta a entregar todo su dinero para recuperar el tiempo malgastado, lo que en realidad viene siendo lo mismo, puesto que ese dinero es el resultado del tiempo invertido; pero como dijimos anteriormente, el tiempo, al contrario del dinero, no se puede recuperar.
Después de la desesperación, la esperanza. Aquí surgen los propagandistas que hablan y escriben sobre ellos mismos, y sobre su sorprendente experiencia en el ámbito de la economía del tiempo, aun cuando no dejaron de ser inmortales; los contadores de historias con su falso conocimiento; y la infame autoayuda, aunque querer ayudarse a uno mismo no es el problema, el verdadero reto es lograr huir de la autoayuda y de todos los que nos hacen perder el tiempo. Conforme a lo anterior, se entiende que el principal obstáculo al buen uso de la economía del tiempo es esa ilusión del capitalismo, que busca convencernos de que las cremas antiaging y el lifting pueden detener el tiempo y restablecer la inversión, un espejismo…por eso, ahí les va, literalmente, la pregunta del millón: ¿Cuánto vale tu tiempo?
Heidegger, M. (1951). Ser y Tiempo. México: Fondo de la Cultura Económica. ISBN: 968-16-0493-8.