Un tema bastante sonante en la actual sociedad humanista, es sin duda, el estigma social, o sea, la generalización de aspectos negativos o estereotipos con respecto a los viejos. Sí, dije los viejos, y lo digo, porque urge entender que la sustitución de la palabra “viejo” por Adulto Mayor o Persona Adulta Mayor no ha contribuido en nada al bienestar de esta población, yo diría, que todo lo contrario, ahora, además de viejos, están acompañadamente solos.
Creo que como hashtag está muy bien el mote: #StopEdadismo o #NoMasViejismo, pero no son ni Ley, ni programas de apoyo para aquellos que durante décadas contribuyeron para la economía, cultura, y el crecimiento extraordinario de este Nuestro México lindo. Con todo y slogan, continúan negligenciados, trabajando después de jubilados y sin cualquier disfrute o reconocimiento por el cometido, al menos, de la libertad.
Se les ve, hoy más que nunca, caminando por las calles con la mirada triste, y decepcionados por “no tener a nadie”, literalmente, agotados de tanta soledad. El incremento de las familias monoparentales, las demandas del recién empreendedorismo laboral, las escasas redes de apoyo y las relaciones superficiales, son apenas, partes del efecto generado por tantas malas decisiones tomadas a lo largo del camino.
Importa referir que la soledad no es tan solo un problema social, puesto que también causa dolor, y como tal, angustia, miedo y desesperación, por otras palabras, es un asunto de salud, de la tan temida enfermedad mental. Lo cierto, es que este fenómeno tanto estriba de factores socioculturales como políticos, lo primero, se refiere a la falta de psicoeducación sobre las vejeces y el impacto de estas personas en el desarrollo social; y lo segundo, se extiende a políticas públicas más ajustadas y realistas, a propósito del bienestar de los que se hacen mayores, y no apenas de aquellos que esperan con desesperación el término de su finitud.
No pretendo especular sobre lo que todos saben, tan sólo, recordar lo que muchos olvidaron o no aprendieron, y es que la civilización se inició en el justo momento en que alguien ayudó a otro a superar la adversidad, por compasión, y no por clemencia o por obligación, y menos, por la magia de un puñado de palabras bonitas. A saber, se dice que la civilización nace de un “fémur curado”, y que según Margaret Mead, en una época donde la medicina era casi inexistente y tener un fémur fracturado era un presagio de muerte eminente, en días quizás. Así, por la compasión de cuidar al otro y de cuidarse a uno mismo, nació una comunidad que ante todo cuida, la cual hoy día, conocemos por civilización.
Las mayorías, formadas y empoderadas por la tecnología, no saben que los viejos tienen que tomar el dolor y la decepción de quienes se sienten apartados y rechazados por todo aquello que lucharon, y transformarlo en caridad, dado que nadie mejor que un viejo sabe, que ese banco de jardín donde se sientan día tras día, mañana, cuando ya no estén, estará otro, tal vez tu.
No le dejes un mensaje con palabras bonitas en sus redes sociales, los viejos no buscan followers o emoticonos vacíos de narrativa, apenas necesitan de atención, y una abrazo de cuando en cuando. No los llores ¡vívelos!