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martes, abril 23, 2024

“Brillo digital”: ¿somos todos narciso ante el espejo negro?

Por María Yolanda García Ibarra

Filósofos contemporáneos como Eric Sadin, Byung-Chul Han o Bifo piensan que lo actual es determinado algorítmicamente: “realidad”—íntima o común— se administra por medio de lógicas maquínicas que imponen deseos, apetitos, frases o lamentos (aunque suena a película noventera de ciencia ficción) su preocupación busca reflexionar sobre el estado hiperconectado de la sociedad y es que claro; cómo negar que convivimos demasiado con tecnologías digitales si todos tenemos el estatuto de ser “usuarios” de “algo”, si el virus de la selfie contagió cada dispositivo y cuando WhatsApp colapsa, el asunto parece una catástrofe. Cómo negar nuestra dependencia a estar “en línea” cuando hemos acoplado toda actividad a la comunicación de mensajería instantánea, cuando Jeff Bezos, presidente de Amazon, es el hombre más rico del mundo y desde 2004 (con el nacimiento de facebook) hemos posteado, etiquetado, felicitado a granel y cambiado constantemente la foto de perfil; de lado, de frente, desde abajo, del otro lado. Porque sí, somos todos Narciso frente al espejo negro y sería ocioso negar que para las sociedades industrializadas internet es una necesidad de uso básico: destinamos dinero de la quincena para tener entretenimiento e interactividad ilimitada al alcance del pulgar. Sin embargo, nuestro acoplamiento digital no se dió de la noche a la mañana, en el trayecto pasaron varias cosas, por ejemplo “el apagón análógico” cuando enfrentamos la nueva oleada de aplicaciones digitales y chao: ¡adiós a la era de los televisores análogos! ¡bienvenida televisión inteligente! En México, esto no fue porque de jalón se descompusieran 380 mil aparatos sino porque estaban incapacitados para recibir la nueva señal; antes la tv era punto de encuentro, inmóvil en un espacio definido e inalterable que le permitía permanecer siempre encendida desde alguna cocina solitaria o en el aparatoso mueble de la salita común. Hoy las pantallas están por doquier, habitamos con ellas una plétora de lugares, siempre y cuando puedan estar conectadas a la nube, aquél territorio etéreo donde internet es rey y dueño. Hoy ya no existe el “interrumpimos este programa para darles una noticia de última hora” o la espera durante el día para saber el desenlace de la comedia donde María la del Barrio y su perro pulgoso se jugaban la vida. En tiempos de administración digital “la señal” baja como torrente invisible directo al celular o a cualquier pantalla improvisada dentro del transporte público, es igual, para internet ya no hay límites ni diferencias de formato o soporte. Y aunque las nuevas generaciones no sabrán de la experiencia de compartir un aparato entre toda la familia, poco importa, porque ya van instalados en el cómodo tren de la conectividad que ofrece muchos contenidos y aplicaciones para cada gusto, tren imparable porque, aunque el acceso a internet crece más rápido en algunos lugares que en otros, definitivamente más de 4 mil millones de usuarios aunados a 5 mil millones de aparatos conectados superan nuestra capacidad de control.

Las grandes compañías encargadas de promocionar el aparataje de la evolución tecnológica quieren que creamos que todo cambio es bueno en sí mismo, para bien: el ángel del progreso no se equivoca jamás. Pero no es así. Vivimos inmersos en redes sociales y éstas corren peligro de convertirse en el nuevo Big Brother que George Orwell inventó en su libro 1984. Estar en línea cambia nuestra postura, pensamientos o sentimientos: todo parece liso, las cosas se quedan archivadas en algún lugar y cada noticia o publicación se arremolina con prisa de arriba hacia abajo con muchas otras y todo parece tener la misma importancia. En definitiva, la filosofía está frente una tarea titánica; surcar vías de análisis, espacios por donde transiten ideas que ayuden a reflexionar sobre el exceso de pantallas en el día a día, pero además, nosotros mismos estamos frente a un torrente de información que inhibe la capacidad de sopesar o digerir cada cosa, es urgente que seamos mucho más críticos con los contenidos que consumimos desde el aparato predilecto. Y por qué no, empezar paseando por el pasillo de “Filosofía” de nuestra librería más cercana: porque si el mundo entero puede verse simultáneamente, si todas las alegrías y penas de la humanidad están siempre presentes, nada sigue necesariamente nada y las secuencias se quedan en meras adiciones en lugar de causas. Quizá ahora, no parezca importante, pero en 20 años veremos los efectos de irradiarnos en red las 24 horas del día, por qué no que cuando eso pase, el tiempo total de la supremacía algorítmica nos alcance mejor preparados o al menos más leídos: que sea un libro de filosofía el que espere sobre nuestra mesita de noche antes de dormir en vez de una revista de Vogue o las últimas historias de instagram.

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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