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viernes, abril 26, 2024

Cambio de hábitos

En días pasados circuló una noticia en redes sociales que no se difundió mucho en los medios: el Instituto de Planeación Estatal (Iplaneg) presentó el resultado del estudio de movilidad para el municipio de Guanajuato, su nombre técnico: “Modelo de Transporte Público del Programa de Movilidad del Municipio de Guanajuato, en su Capítulo I. Sustentabilidad Urbana.” Uno de los hijos no deseados del anterior gobierno municipal.

La noticia, aparte de darme una muy personal alegría, me llevó a una reflexión sobre nuestra movilidad que de hecho se origina en una cena hace casi treinta años, con una pareja de amigos alemanes.  Decía el amigo que era imposible pensar en que cada persona o cada familia del planeta pudiera tener un automóvil como lo tenían los alemanes.   Con el tiempo he ido viendo que la realidad robustece con más razones la afirmación.  De entrada, podría pensarse que el problema es la contaminación que se genera con estos vehículos, y que la solución a la larga serían nuevas tecnologías como los autos híbridos o eléctricos, pero no es así.  Producir ese número de coches requiere una cantidad enorme de recursos de todo tipo: metales, plásticos, vidrio, etc. que le pondrían una presión extraordinaria (e innecesaria) a los recursos no renovables del planeta.  Por otro lado, esos vehículos se tienen que mover, requieren caminos y una vez más tenemos el problema de los recursos materiales para construirlos (cemento, asfalto o lo que sea) y la presión sobre los ecosistemas en los que esos caminos tomaran forma.  Finalmente hay que dejarlos en algún lado.  Viene el problema de construir más y más estacionamientos, otra vez con la presión sobre los recursos y el medio ambiente.  Aún en el mejor escenario, seguir incentivando el uso del automóvil, el día de hoy, es promover la contaminación con una muy baja eficiencia en la movilidad, dado que cada vehículo en promedio transporta entre una y dos personas.

Dejar el automóvil de lado parece complicado, no solo por la comodidad que representa, sino porque en buena medida se han vuelto un símbolo de estatus.

Surge entonces la pregunta ¿qué tan difícil es cambiar de hábitos? Pienso que en el fondo no mucho.  Dicen por ahí que lo único constante en la humanidad es el cambio y creo que formamos parte de una generación que atestigua esto en los hechos.  La incorporación en nuestras vidas de herramientas como los celulares o las computadoras, del internet, las redes sociales o el uso de redes inalámbricas son ejemplos de la adquisición de hábitos en un relativo corto tiempo que nos cambian (y de algún modo simplifican) la vida.  Pero también hay lo contrario, hábitos que han caído en desuso, como el tabaco, y que sería un mejor ejemplo para el caso del automóvil.

En la generación de mis abuelos era usual ofrecer un cigarrillo a los comensales de un banquete, y de buen tono aceptarlo.  Cada quién tenía su cenicero personal enfrente y muchos no fumadores solo lo prendían y dejaban que se consumiera solo.  En la generación siguiente, la de nuestros padres, sé de casos donde la propia abuela les liaba cigarros a los nietos, porque no veía un problema en el uso del tabaco incluso por los niños.  En mi generación, muchos fumábamos y lo hacíamos prácticamente en todos lados. La generación de nuestros hijos recibió en la escuela la suficiente información para considerar un peligro el hábito y ahí empezaron a cambiar las cosas.  Alguna vez me percaté que tenía un corro de niños sentados a mi alrededor, observando atentamente como fumaba y esperando verme caer muerto en cualquier instante.  Algunos de mis amigos lo dejaron por la presión de los pequeños y yo a la larga también.  Hoy no se puede fumar en ningún lugar público y el hábito tiende a desaparecer.

¿Podría suceder algo parecido con el automóvil? Creo que sí, pero pienso que falta esa fuerza de choque que fueron los niños, el hacer conciencia en toda una generación, para hacer la diferencia; además por supuesto de un transporte colectivo adecuado y actos de acompañamientos de las autoridades, en otras palabras, de un buen Plan de Movilidad que sea tomado en serio.  En Guanajuato ya tenemos al menos el Capítulo I.

 

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