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lunes, abril 21, 2025

A cual más

Los gobiernos y nosotros somos unas verdaderas calamidades.

Mire qué pesados los años que llevamos de pandemia y no le atinamos a nada para detenerla. Con la vacunación se ha demostrado que se contienen los casos graves, no que se acabe la infección. Pero todavía hay muchísima gente que no se ha querido vacunar; y para los gobiernos como que todo ya se acabó, que es cosa de cada quien si se cuida o no. La demostración más clara de nuestra ignorancia es que no hemos entendido cómo se transmite el virus. Todavía se mal utilizan las mascarillas, se siguen utilizando desinfectantes (sanitizantes, les mal llaman) hasta en las patas y, sobre todo, cerramos puertas y ventanas para no despeinarnos o mojarnos con las primeras lluvias. Parece que nunca nadie nos dijo que la trasmisión es por los aires que respiramos.

La contención que significa la vacunación de emergencia (porque aún no hay la definitiva) ha servido para no morirse de plano. Pero entre los que no se vacunan y los reinfectados mórbidos, las olas malignas están creciendo. Nuestra vacunación ha sido masiva pero desordenada. A tirones y jalones nos pudimos inocular los adultos. Gran odisea. Luego, a regañadientes oficiales, llegó el turno para los niños. Y otra vez, colas interminables, desmadrugadas de madres –sobre todo ellas- para intentarlo. Y no, no se logró, porque no hubo para todos. ¿Qué se le pide a un gobierno cualquiera? Que ponga orden. Y el desorden ha señoreado toda la pandemia.  ¿No se sabía cuántos niños existen entre nosotros?  ¿No se sabía cuántas dosis llegarían? Elemental: si tantas vacunas se dispondrían, a tantos niños se aplicarían. Orden logístico, nomás. Pero…

Arturo Miranda Montero
Arturo Miranda Montero
Profesor y gestor asiduo de la política como celebración de la vida juntos.

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