Pasa que el gobierno de López Obrador ya se termina; y eso pasa también con el de Diego Sinhué Y no es sólo que el tiempo se les acaba, sino que desatan las ansias sucesorias, y los que están en el poder van perdiéndolo irremediablemente. Andrés no oculta su afán para quedarse de líder indiscutible de su movimiento; Diego quiere escoger candidato sin fracturar su formación blanquiazul. Allá ellos.
Pero en lo que son idénticos es que heredaron los moditos del viejo priismo. Se enfrentan de dientes para afuera, enseñando sus ropajes antiguos.
Ambos tienen al poder Ejecutivo como poder de poderes, colonizan con los suyos y como suyos Congresos, Tribunales, Fiscalías, Derechos Humanos, todo lo público. Guanajuato lleva ya tres décadas de eso; Andrés apenas tiene cinco años y ya nos enseñó que lo suyo es el sistema de antes de la transición democrática a la que odia, es decir, el priismo más puro: presidencialismo concentrador, poderes sometidos a sus influjos y deseos, ningún tope a su voluntad, control oficial del proceso electoral y clientela capeada de militancia. Eso que las nuevas generaciones no vivieron, y las que sí, añoran.
México no ha podido tener una democracia más o menos sana. Siempre nos gana el impulso autoritario. El porfirismo inventó elecciones constantes para que el señor presidente siempre estuviera en el poder; el priismo estiró esa liga nomás cambiando de personaje principal y el morenismo también quiere quedarse indefinidamente. Como lo ha hecho el panismo guanajuatense.
La oposición entre panistas y morenismo es por aquello del quítate tú para quedarme yo. Para seguir estirando la liga del autoritarismo excluyente.