Pos como decía mi agüela: cada loco con su tema.
Acabandito abril, las campañas electorales están en medio de tres círculos: Uno de indiferencia, otro de hartazgo y el último de ensimismamiento.
La enorme mayoría de los habitantes no se siente ciudadano, su ánimo no siente inclinación ni repugnancia hacia la política y sus prácticas, le es completamente ajena; sin embargo, allí está el apetecido número de votos que obraría el milagro del triunfo; allí está, qué duda cabe, la clientela que se puede adquirir mediante las cosas del mercantilismo electoral. Solo que eso implica harto dinero…
Los excesos que ostentan muchos políticos han generado a su vez fastidios en mucha gente. El enfado va desde la simple abstención hasta el llamado a la ruptura, pasando por el activismo que quiere catalizar el hastío. En los medios de comunicación y más aún en las redes sociales, la simple burla precede a múltiples reacciones que se quieren disolutorias del asco que política y políticos les generan a los usuarios.
Abstraídos en su propia intimidad, los partidos políticos traen su fiesta aparte de todo y de todos. Van por calles y plazas, colonias y rumbos de todo tipo haciendo ruido, cantando y bailando, echando discursos y ofreciendo sonrisas a cuanto cristiano se le aparezca. Sus batallas para hacerse populares de ocasión no tienen más límite que su pobreza (de dinero y de ideas): han optado por el espectáculo mediático para darse a conocer en una temporada corta de promoción que, desgraciadamente para ellos, tiene fecha de caducidad; después, otra vez el olvido de calles, lugares y gentes.
Población, activistas y políticos somos simples separatas evanescentes de nuestra realidad.