Finalmente, tarde y obligado, el presidente Peña anuncia la convocatoria que hará para que el Estado, los partidos políticos y la sociedad organizada le entren al desastre que es la inseguridad pública nacional.
Si la razón primera de toda sociedad es convivir pacíficamente, los entes instituidos para procurarla han fallado en nuestro caso mexicano.
No estamos ante un Estado fallido, como la moda dicta; estamos ante evidentes fallas del Estado que pueden y deben arreglarse profundamente. No puede admitirse ningún espacio público a las fuerzas que se hacen de poder fuera de la norma. Eso es lo elemental para un Estado de Derecho.
De su lado, las organizaciones políticas tienen qué responder a lo básico: ¿para qué quieren el poder en México? El discurso facilón que se reduce a las consignas de ocasión y que en nada casan con sus actuaciones cotidianas no sirve para encubrir sus propios fallos. Es verdad que antes nomás el partido de la dictadura perfecta; pero hace décadas que las alternancias se repartieron las responsabilidades.
Y la sociedad, ¡ah, la sociedad! Tan excluyente ella y tan dejada. En ella se prohijan los partidos organizados y se encumbran las élites gobernantes; de ella provienen los emporios y sus prácticas; por ella existen las formalidades y las informalidades; ella es vasta, compleja y multiforme. Van por ella los poderosos para hincarle el diente del consumo y del voto electoral; de ella se sirven para toda causa y uso. Es cliente y consumidor, elector y gobernado, apoyo y sustento. Pero ya le toca cambiar. Ya se ha movido.
Estado, partidos políticos y sociedad han de reflexionarse si realmente van a dar el paso de construir otro México sobre las ruinas que vemos. O…