El gobernador de Guanajuato, cual si fuera el bautista, organizó la cargada dominical para anunciar: “He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel”.
Manifestado ya como el que prefiere el presidencialismo, el panismo guanajuatense se pone detrás no sin ponerle precio a su pecado: Guanajuato no se toca.
Pero como el sacrificio es consustancial a toda lucha por el poder escaso, quizá no veamos más un “estado paternal” sino otro “maternal”, como lo quiere Josefina. O hasta otro pueda, aunque no el Creel foxiano, ciertamente.
Cordero, el bautizado oficialmente en tierra cristera, cometió un pecado de lesa historicidad: Ah, panistas que critican al priismo con razón, sin ver la ocasión de ser lo mismo que juzgais. Su patrimonialismo tiene raíz tricolor, la que proviene del porfirismo y aún de más lejos, de la compra de los puestos públicos en la colonia.
Llamar a recordar lo malo que fueron los priistas para gobernar es morderse la lengua en tierra donde las generaciones nuevas ya no recuerdan más que a los blanquiazules reciclarse para sí el botín.
Entre nosotros, el poder se busca desde el poder: todos sus recursos son utilizados para garantizar la permanencia del que lo tiene. Así se ha visto en la historia, la lejana y la reciente; así lo demuestran Oliva (gobernador de Guanajuato) y así mismo Cordero (secretario de Hacienda): todo el aparato del Estado para lograr quedarse.
Es la misma liana del viejo chango, nomás que maromeado.