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viernes, abril 19, 2024

Agonía

Dolido por mis pérdidas, tengo que contarles que la salud pública nuestra mata.

Tres casos he tenido que vivir para verificar que estamos solos, abandonados a nuestra suerte. Los tres, referidos al Instituto Mexicano del Seguro Social. Dos murieron y uno pudo librarla merced a circunstancias inalcanzables para todos.

El denominador común ha sido la ausencia de personal capacitado, la inexistencia de medicamentos, la insensibilidad ante el dolor del enfermo y la burocratización malentendida. Tener que madrugar para ver si alguna suerte acompaña la ficha para citas, la reducida atención y plazos larguísimos para ver si acaso algún médico puede ver qué pasa. Pero de especialistas, nada, simplemente no hay cuando urgen.

Las urgencias dejan de serlo en una silla de pasillo, sin cama alguna ni manta que proteja del frio; si acaso, alguna enfermera compadece su paso para algo paliativo. Cuando por fin hay cama, ya en piso, la espera puede ser interminable para que aparezca un médico, uno que finalmente dice no poder atender el mal porque se requiere de un especialista que no existe en la clínica. Entonces habría que procurar el traslado a donde pueda haber uno, lo cual se complica enormemente por trámites de mil vericuetos.

Cuando se logra canalizar a otra ciudad, a otra clínica, los impedimentos son mayúsculos: no hay ambulancias y si urge, como siempre urge, los familiares tienen que pagar ese servicio, siempre y cuando haya con personal que pueda monitorear al enfermo; pero llegar a otra clínica no asegura nada: es otro calvario hasta que la muerte llega. Solo uno de los míos, afortunadamente, pudo mover lo necesario para atenderse en los institutos de primer nivel, y vive. El IMSS está en desahucio.

Arturo Miranda Montero
Arturo Miranda Montero
Profesor y gestor asiduo de la política como celebración de la vida juntos.

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