De las primeras cosas que en la escuela enseñan es a pensar que México tiene un territorio. Con el paso de los tiempos, uno sabe que ese territorio tiene más dueños que la ambigua soberanía. El territorio está tomado, ya no es del todo nuestro. Mandan sobre nosotros fuerzas que no podemos enfrentar sin riesgos. Nos han quitado patria y matria.
Los criminales dicen que Guanajuato tiene dueño; los políticos se adueñan de los territorios que se les encargan como si fuera su botín. Unos cobran la plaza y los otros también, con la diferencia legal que solo sirve de coartada. Unos atosigan con la violencia, los otros con los impuestos y demás. No hay calle, ciudad, municipio o todo el estado que no esté sometido a esas fuerzas.
Los habitantes de este territorio guanajuatense (y, al caso, del nacional todo) lo usamos cada vez con mayor zozobra. Hacerse de un espacio para vivir en cosa de dinero; además, hay que pagarle los impuestos al gobierno por el predio sin garantía de buenos servicios. Los comerciantes tienen que mocharse con eso y con lo que los extorsionadores les exigen. Todo se va en angustia para reunir lo necesario para ambos frentes.
El crimen quiere acumular dinero y poder violento; los gobiernos se ausentan de sus responsabilidades legales pero están bien al alba en eso de hacerse del dinero de los ciudadanos sin resolvernos los verdaderos problemas: seguridad y orden.
Estamos solos. Nos han arrebatado el suelo.
