“En México no hay izquierda ni derecha, hay arriba y abajo” tuiteó la genial palindromista/ajedrecista Merlina Acevedo: jaque mate a las tonterías ideologizantes. Las Grandes Ideas nomás han servido para idiotizarnos. Estúpidamente hemos perdido tiempo y energía. La organización social se nos torció, al tiempo que las instituciones que eran para servirnos, también.
El entramado construido como Estado no sirve para apegarnos a las leyes. El sistema político, por tanto, se nos hizo bolas como engrudo. Y en ese merequetengue, los advenedizos del poder se han servido con todas las cucharas.
En medio de la desconfianza y de la impunidad, nos acercamos a otra contienda electoral. Los partidos políticos ya diseñan sus jugadas y los mexicanos estamos a un tris de hacernos o no ciudadanos. Pero, ¿qué se juega? Unos ven solo la pelea por el hueso; otros quieren ver propuestas. En realidad, lo que está en juego es lo básico, nuestra convivencia. Con la miseria económica, social, cultural y hasta artística que nos atosiga; con medio país derrumbado literalmente; con una clase política incapaz y rapaz; y, sobre todo, con la criminalidad armada hasta los dientes y sañuda en sus prácticas, ¿a quién demonios importa si la izquierda o la derecha o quien se pinte de lo que quiera nos resolverá con sus anteojeras puestas?
Nuestra condición histórica es la desigualdad, es el abismo que nos separa, es la división entre los de arriba y los de abajo. La cosa es, por tanto, un reto de esas magnitudes. ¿Lo entenderán quienes quieren erigirse vía el voto como dirigentes de estos mexicanos que hoy somos? ¿Lo entendemos nosotros mismos? O quizá seguiremos cantando con desamor josealfrediano: “Yo pa’rriba volteo muy poco/tú pa’bajo no sabes mirar”.