Un buen día, nos enteramos que Morena reclutaba gente que le cubriera las casillas para el próximo 1 de julio, pagando, por supuesto. Otro día, en León, el candidato Sinhue le dijo a su gallo presidencial que le darán un millón y pico de votos, que le resultarán caros: un tren. Ambos ejemplos ilustran bien cómo es que las elecciones mexicanas en todos sus niveles cuestan más de lo que dicen sus jugadores con el dinero que meten, el oficial y el ilegal, para ganar los espacios que luego dejan ganancias: “contratos con el gobierno, permisos para establecimientos mercantiles, acceso para influir en regulación favorable o, también, comprar impunidad cuando un gobierno en funciones desvía recursos para apoyar a candidatos en contienda… Como una inversión cualquiera, quien arriesga su dinero lo hace por la expectativa de un rendimiento futuro. El gobernante o servidor público lo hace para apoyar al candidato de su partido o en ocasiones de otros partidos para garantizar ‘inmunidad’ o para construir redes de apoyo político que le ayuden a proseguir su carrera política. El empresario o contratista lo hace para obtener acceso al nuevo gobierno en la forma de contratos, permisos o regulación favorable. Y el crimen organizado lo hace para proteger su negocio”.
Sin ingenuidades, sepamos que cuando les votamos a ciegas ayudamos a ese negocio: “¡por cada peso que un candidato a gobernador declara y que la autoridad observa, hay 15 pesos más que se mueven en la oscuridad!”. Ya luego los recuperarán y con creces…“La democratización de las elecciones trajo la democratización de la corrupción”. Y ese es nuestro mayor mal, aunque se llenen el hocico…