Un día, un malhadado síndico espetó: “Nadie nos va a enseñar a gobernar”. Y tenía razón: nadie aprende ese oficio si no es con la experiencia, y solo sí hay algo de talento personal.
Ahora, cuando el ayuntamiento de la ciudad capital guanajuatense se enfrenta a su prueba definitiva, debiera saberse que nomás su talento, experiencia y decisión puede salvarle de la ignominia.
¿Qué hacer? Cumplir y hacer cumplir la ley que juró. Porque ya el pueblo le anda demandando incumplimientos.
Nada hay que inventar. Allí hay todo una batería de reglamentaciones e instrumentos legales para ponernos en orden a todos. Y todos somos Guanajuato.
Que si la inseguridad acicatea, sí, así es; aunque no se crea que se trata de la delincuencia o del crimen organizado que se acerca dada vez más; se trata de la seguridad civil, esa que debe prevenir los desastres de los habitantes y de los visitantes, por lo que deben quedar las vías públicas despejadas de mesas, sillas, tapancos, instalaciones de gas y eléctricas, comerciantes ambulantes y disfrazados de artesanos. Quitarlos del estorbo que representan no es tema estético, es protección humana y urbana.
Se trata de ordenar nuestra movilidad. ¿Cómo aumentar el pasaje del infame transporte público? ¿Por qué asfixiar a la ciudad a pretexto de cualquier cosa? ¿Buscar vías alternas en una ciudad amontonada? Que los concesionarios ofrezcan una página web insulta a todo mundo. Debiéramos verles arriesgando su capital para un transporte de clase mundial en una ciudad de la humanidad. Guanajuato, sus habitantes y sus visitantes no se merecen la chatarrización empresarial.
Limpiar, disponer de la basura, evitar que se caiga el panteón y terminar con el ruido antrero es también cosa de seguridad pública y gobernabilidad. Si no lo creen, esperen la demanda airada que ya corre por las redes y las desparrama de tanto en tanto.
Apagones, trombas, derrumbes y demás linduras acosan el día a día citadino, ¿no lo ven?
Otra vez y última: cumplan y hagan cumplir la ley.
