Al pobre Diego Sinhué lo embarcaron solo con su trajecito azul marino. El panismo acomodado lo puso al frente de un territorio del que han usufructuado hasta la saciedad por décadas. Y han creído que pueden poner al que sea, dado su confort.
Pero le dejaron la manzana envenenada. Y aunque él formó parte del cuento, el lobo feroz le ha comido el mandado. Un funcionariado heredado, la sangre inocente, los policías asesinados, el crimen organizado, los pillos metidos a políticos, la corrosión institucional y, para colmo, un presidencialismo asfixiante que repudia al panismo como al demonio y que se lo huachicoleó creándole una división no vista.
Ni capitán ni pirata, imposibilitado para otear la navegación en medio de tormentas, no atina a decir las cosas por su nombre, no está acostumbrado a entender la realidad, solo puede repetir la ensoñación de una grandeza alucinada por la mercadotecnia y la propaganda.
Por tanto, cuando anunció en campaña que daría un golpe de timón, debimos suponer que se sacudiría los lastres y los pesos muertos; pero no, nada sucedió: aplicó la receta de siempre, la de usar al congreso a modo para darle gusto a intereses que le rebasan.
Cuando le llegó la lumbre a los aparejos, blandió una consigna publicitaria y llamó “Operación golpe de timón” a la incursión de fuerzas federales en un sitio donde hace años se sabía del robo de combustibles y otros delitos. Imágenes espectaculares y declaraciones también; pero al cabo, nada, detenidos liberados, cateos impugnados por los habitantes y respuestas sanguinarias sin medida. Total, el caos.
En definitiva, no hay ninguna estrategia, ni de seguridad ni comunicacional: no sabe a dónde va ni sabe qué decir.