Si uno quiere medir la calidad del gobierno basta ver qué política cultural tiene.
Cultivarse es asunto de genética, de historia y de conexiones cerebrales bien alimentadas. Si usted solo traga maruchan y cocacolas, su cultivo es estéril, no puede producir más que chatarra engordadora y enfermiza.
Piense en su cerebro alimentado por las trakalosas y narcocorridos, por la televisión y sus productos. Si esos son sus consumos, su salud cultural está de la fregada.
Bueno, pues resulta que el gobierno guanajuatense, una y otra vez, ha exigido a los organizadores del Festival Internacional Cervantino que le bajen, que programen cosas más populares, de esas que sí entienda la gente, es decir, que guste al propio gobernador al que jamás se le ha visto ni se le verá peleando en su agenda por ir a ver a Pina Bausch o a Maurice Bèjart; lo suyo, lo suyo, es Pepillo Origel, lo que queda de Estelita Núñez y hasta un suspiro de José José, junto a los saldos de Televisa a la que paga con dinero público sus costos.
Claro que en el organigrama hay una institución encargada formalmente de la cultura, el Instituto Estatal de la Cultura, pero esa está como la muñeca fea, arrinconada por la Secretaría de Turismo que dicta, contrata y promueve “la cultura” como negocio turístico y show a modo del patrón.
Entonces, ¿qué política cultural tiene el gobierno de Guanajuato? La de altos vuelos que quiso el FIC original, por supuesto que no. Lo nuestro, lo nuestro, es la chatarrización de la vida, incluido el ambulantaje “artístico” que se nos queda permanente.