Con purititas ocurrencias andan mendingando los votos.
Cual chicle masticado ya sin sabor alguno, nomás escaldan la boca con palabrería al por mayor. Cantinflas regocijado en la gran carpa electoral.
Pero, a ver. ¿Por qué toda la chusma postulada para los cargos de elección popular no dice lo que debiera según sus partidos políticos? Bueno, porque nuestros partidos políticos no son organizaciones constantes, serias y permanentes, son, antes que nada franquicias para lanzarse en temporada alta.
Veamos. Los ciudadanos que se afilian a los partidos políticos lo hacen motivados por muchas razones; antes se creía en las ideologías, pero eso es agua pasada. Luego, ya no sabemos qué vida orgánica tienen esos ciudadanos una vez integrados a la organización: ¿pagan cuotas?, ¿estudian sistemáticamente línea política, estatutos y programa de acción?, ¿tienen comités u otra forma orgánica donde discuten con sus pares y dirigentes?, ¿cómo participan de las decisiones? Oscuridad total que tiende a la sospecha de que nada de eso sucede.
Cuando llegan las elecciones, ¿cómo y por qué se eligen a los que representarán al partido? A juzgar por la experiencia, el arribismo somete a las esperanzas de los formados en la cola. Por eso vemos y escuchamos a cualquiera con una sarta de ocurrencias día a día durante el periodo electoral, adornadas con sonrisas al por mayor de una puerilidad inaudita.
Ya luego, cuando los electos toman posesión del cargo, nadie los controla, hacen lo que les venga en gana (para bien o para mal), porque “sus” partidos se retiran a hibernar hasta la próxima. Así no podemos construir instituciones más o menos confiables.