El diario Correo preguntó a cuatro candidatos a gobernador de Guanajuato qué leían. Y esto es: Cartografías (mapas), enciclopedias (obras en que se trata de muchas cosas) y almanaques anuales (datos, noticias o escritos de diverso carácter); la Biblia desde el Génesis al Apocalipsis, Corazón, diario de un niño y La Gloria y el Olvido de Catón; cuentos de Grimm y de Robinson Crusoe, Juan Salvador Gaviota, Regina y Tlacaelel de Antonio Velazco Pina, Memín Pinguín y a Yolanda Vargas Dulché; libros de política como los de Rafael Loret de Mola, Cien años de soledad, Sumidos de la Soledad (sic).
Como andan expuestos al farol público, deslizan su excusa vivencial para no acabar intimidados por su cultura: Para el futuro, “leer novelas será una actividad que dejará para cuando tenga 60 años o más”; ante el reproche paterno, “el que se hace tonto eres tú, a nadie más le sirve la lectura más que a ti, leerlos incompletos no sirve de nada”; y ante la causa, “somos ignorantes, no somos tontos en México y la ignorancia se puede remediar”.
Son representantes del sistema de partidos, son manifestación de los que se meten a la cosa pública, son egresados de un sistema educativo que les preparó para la vida, son, en definitiva, espejo de nuestra realidad de negligencia en aprender o inquirir lo que puede y debe saberse. Pero éjele, que la ignorancia no exime de nada. Ya son responsables de nuestro mal.
