Mi verdadero encuentro con el cine -habiéndome considerado desde temprano cinéfilo- ocurrió cuando vi a la cara a Jorge Pantoja, allá por 1985: El cine, como la vida, “depara la amistad como drama”.
Sucedió que Pasolini irrumpió en la vida de todos a quienes Pantoja lanzó entonces La trilogía della vita:
“Por 1985, siendo coordinador del cine-club de la Universidad de Guanajuato proyecté sin la autorización de la Oficina General de Radio, Televisión y Cinematografía (RTC) -otrora feudo inquisidor de la censura oficial, apéndice del Código Hays, dependiente de la Secretaría de Gobernación- La trilogía de la vida del cineasta italiano Pier Paolo Pasolini (1922-1975), vetada en México para su exhibición pública. Obtuve copias en 35 mm, subtituladas en español. Debo la deferencia a Roberto Luque, ex gerente general de Columbia Pictures en México. Conseguí la anuencia del entonces rector, Marco Antonio Vergara Larios, y recogí el reclamo airoso y airado de las buenas conciencias y también de las honestas. En las greguerías de aquéllas, no obstante, descubrí sus flaquezas. El cinéfilo de Cuévano, pese al guirigay, se desentendió de los pronunciamientos anabolenos, viperinos, que surgieron.”
Si navegar tenía que ser, la mano decidida y el rumbo preciso dieron fortalezas al marinero en esas aguas autoritarias. México, no se olvide, era la dictadura casi perfecta. Nada se hacía sin permiso.
Y no era solo la rigidez oficial, la autocensura atávica de la sociedad impedía manifestaciones de libertad. Sus gueguerías no eran homenaje a Gómez de la Serna, no, eran la vulgar gritería de sus pecados.
Esta narración quiere objetivar, aquí y ahora, el profundo esfuerzo cultural que hubo de hacerse en el país para contribuir a la liberación mental de nosotros mismos, esfuerzo que hoy por hoy no se recuerda y menos se valora… lo que explica la ausencia oficial en la despedida del cineasta mayor que partió.