La farsa de los ayuntamientos nos cuesta mucho. He aquí el ejemplo del municipio de Guanajuato.
Antes de sus vacaciones y luego de sus aguinaldazos bien depositados, tuvieron sesión esos regidores y síndicos con el salón lleno de empleados suyos para aprobar tres cosas: endeudarnos millonariamente, darle a un particular un estacionamiento y a otro el servicio de recolección de basura.
Mire usted, si un funcionariado no sirve ni para recoger desechos es que anda del nabo. Si los espacios que todo mundo quiere para estacionar autos se lo das a tu cuate, es que el negocio deja, y, sobre todo, cuando pides dinero prestado a plazos más allá de tu tiempo es toda una irresponsabilidad, porque lo quieres para construir un edificio que nadie necesita.
Los que votaron a favor de tales jaladas tendrían que explicitar sus argumentos; no lo harán porque en su silencio va el moche. Los que votaron en contra deben salir a la luz pública denunciando las trácalas que saben.
¡Que falsa se ve esa H de honorable! Nada tienen de honorables esas prácticas botinescas absolutamente alejadas de las necesidades y urgencias de los ciudadanos. Los ayuntantes no nos representan. Ni siquiera a los partidos que los postularon, porque esos se olvidan de ellos y les dejan hacer y tornar. Nadie controla sus manos ni sus intenciones de hacerse de igualas y prebendas.
Si los diputados panistas ya están alineados para darle viada a esos despropósitos, muy pronto lo van a pagar en las urnas. Y los otros, también.
