La descomposición en la que se halla nuestra vida pública se suaviza con velos cegadores y hasta frívolos, como en Guanajuato.
Véase el caso del producto de ocasión: el sistema estatal anticorrupción del estado. Sus pergeñadores tejieron su texto como si de cualquier cosa legislativa se tratare, tal y como se ha rutinizado la tarea legislativa en la circunstancia del control político-partidario total. Para ese “sistema” dos ejes hay para ocuparse de la abstracción denominada corrupción: la virtud y la ingeniería burocrática.
Los servidores públicos se conciben como individuos que pueden laborar en un “entorno íntegro” y bajo un “programa de promoción de la integridad”, claro que con el control de los órganos internos de la administración pública. Es decir, seamos buenos y controlémonos.
Fieles a sus “valores” los blanquiazules creen que renovarán a la sociedad y que solo es cosa de mejorar sus procedimientos administrativos y legales. Todo es posible si los más altos funcionarios se comportan bien para que los de abajo sigan su ejemplo. Ya sabemos que desde hace tiempo su lema es que “Guanajuato educa con el ejemplo”.
En el Congreso deveras piensan que se elevan con su “amplio y visionario alcance”. Los que andan en malos pasos pueden y deben someterse a la disposición habitual para hacer el bien: el pecado puede perdonarse mediante castigo, pero la indulgencia también es posible si se reconoce el error.
La palabra de moda es corrupción, pero aquí la costumbre no requiere tener que reflexionar o decidir más allá de las virtudes provechosas para los hombres en la vida. Amén…