Cuando se trata de mantenerse en el poder a como dé lugar, no importan ideologías.
Guanajuato hace ya más de un cuarto de siglo que está en poder de la derecha católica; Venezuela tiene al chavismo como noción del “socialismo del siglo veintiuno”, desde hace 19 años. Ambos utilizan la elecciones para ganar una y otra vez.
La democracia tiene esas debilidades como para perpetuar a los que se encaraman vía el voto, la legalidad electoral y el control de la burocracia. El recién renunciado secretario del desarrollo social guanajuatense usó toda la estructura gubernamental para hacerse precandidato a la gubernatura, siendo acusado hasta por los militantes adversos de parecerse al régimen de partido único; en Venezuela, todo beneficiario de los programas sociales debió “carnetizarse” y obligarse a votar por los militantes del único partido que preparó, desarrolló y ganó la constituyente que reformará el sistema político para quedarse de una vez y sin opositores.
He ahí el gran agujero negro de nuestra democracia latinoamericana: se usan los gobiernos completos para perpetuarse en el poder. Nóminas institucionales, tráfico de influencias, padrones de programas, clientelismo del pobrerío y de las adjudicaciones de favores, dinero sin controles y cooptaciones de toda laya son prácticas comunes aquí y allá.
Las alternancias ideológico-partidarias son absolutamente inútiles si su pretensión es encaramarse al poder y su disfrute cuanto más tiempo sea. Cambiar a un gobierno por otro no sirve si no queda en manos de los verdaderos ciudadanos el control del poder. Guanajuato y Venezuela están así porque hay un déficit de ciudadanía.