La pregunta es llana: ¿para quién es la ciudad?
Hace mucho que los ilustres apellidos que amaban a la vieja minería se fueron; ellos eran los encargados de administrar la ciudad. Luego arribaron los arribistas, los necesitados de toda riqueza fácil, y desde entonces vemos pura ocurrencia que les deje ganancia.
Fingen ser ediles (regidores, síndicos y presidentes, además de funcionarios rolándose) para escriturarse permisos, suelos, licencias y moches: deben apresurar el paso de la ganancia a costa de lo que sea. Vemos por tanto decisiones absurdas que obligan a gastar dineros para que no “se pierda el recurso”, que de eso parte les toca.
Hacer obra pública es sinónimo de “gobernar” porque eso deja. Permitir tales o cuales giros, también.
Pero hacer de una ciudad como la guanajuatense escenario de sus gustos ya es el colmo: cotidianamente cierran la cañada para satisfacer sus antojos y negocios. Se puede ver al funcionariado afanoso para colocar vallas, sillas, gradas, mesas y cuanto trique ocupe los espacios públicos que se privatizan para su “evento”.
Su idea de movilidad es la de la del negocio: estacionamientos. Meter más vehículos a una topografía jamás hecha para eso es un despropósito contra natura y contraria a la ciudad patrimonial. Pamplinas, dicen, se trata de hacer de la ciudad negocio privado de ellos y sus compinches. Caminar es práctica antigua; pero para la “movilidad” oficial se trata de vehículos y espacios privados a como de lugar y deje mochada, que el tiempo de usufructuar el poder apremia, aunque le den vuelta a la vuelta y ya siempre sean los mismos sin llenadera.