-Estás viendo el temblor y no te hincas, diríale su agüelita al gobernador Márquez.
Las trácalas de los gobernadores, dicen, hicieron perder los cargos apenas unos días hace, y resulta que en Guanajuato los tracaleros hacen de las suyas y al mero mero nomás se le ocurre decir: A mí que me investiguen las fuerzas universales.
Desde que el catolicismo político se hizo con el poder en estas tierras, machaconamente nos han querido inculcar sus valores ideológicos. Lo mismo el inenarrable Rivera Barroso con su cajita de valores presentado uno a uno en tarjetas de colores ante el Congreso, que la señora del actual mandamás han querido vernos ordenaditos y bien portados. En esas ya cumplen medio siglo y toda una generación de guanajuatenses debieran ser reflejo de sus anhelos.
Pero nuestra barbarie no ha sido evangelizada. Lo mismo vemos crímenes asombrosos que miles de personas clamando algo de generosidad por las calles. La evidente ausencia de compasión también tiene -cómo no- mentiremos en los círculos oficiales. Hacerse del cargo para enriquecerse es el peor pecado político de los católicos guanajuatenses.
Quitarle la tierra a campesinos de por acá, mediante obscenas maniobras que se quedan con el dinero público, ha sido ampliamente documentado, lo mismo si se trata de una refinería frustrada que de las armadoras de vehículos.
Entregarle todo a los extranjeros para que exporten al extranjero lo producido por maltratados trabajadores guanajuatenses no mueve ni un ápice a la conmiseración; al contrario, se presume como crecimiento mayor que el mexicano, como atracción de inversiones y, por supuesto, como crecimiento de empleos, pretexto éste manoseadísimo para justificarlo todo. Lo que esconden es que la “inversión” es regalo y que el retorno de beneficios no es tal: desde que General Motors llegó a Silao, solo 16 mil puestos de trabajo han sido generados por las cinco armadoras que ya están acá, eso sin contar el recurrente recambio por las míseras prestaciones, incluidos los salarios mínimos obligados.
Está claro, para los del poder de por aquí los mejores valores son los contantes y sonantes, esos que se pueden ostentar sin rubor, lo demás es indulgencia pagada.