A propósito de la presentación de un libro sobre derecho municipal (coordinado por Teresita Rendón, en la Universidad de Guanajuato), poníame a pensar que sin re-normarnos en la ciudad que habitamos y sin hacer micropolítica, no podremos resolver la crisis grave de nuestras instituciones.
El ayuntamiento de cada municipio tiene obligaciones que, en derecho, le son ineludibles; sin embargo, una y otra vez nos encontramos con que las cosas se hacen al conventillo y hasta contrariando la norma.
Si en el piso de la construcción constitucional que significa la república no se cumple con la ley, hacia arriba las consecuencias pueden imaginarse sin esfuerzo puesto que las padecemos.
Convivir en la cotidianidad, en los espacios públicos, salvaguardando los privados que nos aúpan, significa justicia cotidiana, seguridad ciudadana, limpieza y protección de las libertades de todos. A eso debiera dedicarse con ahínco y sin torceduras el ayuntamiento. Pero…
El ensimismamiento oficial, la burocratización excesiva, la insensibilidad, el afán por el espectáculo, el desprecio por las exigencias ciudadanas, el desperdicio de recursos y hasta la ratería se suman a una dedicación por ver el gobierno municipal como prohijador de negocios para sus integrantes. De allí proviene la sólida base de desconfianza en las instituciones.
En el acto de presentación del libro de marras escuché la mejor conjugación acerca de la participación ciudadana: yo participo, tú participas, él participa…ellos deciden. Los gobernantes municipales no son afectos a la participación legal, le sacan la vuelta y simulan con públicos a modo. No, así no va a ser que salgamos de la crisis con instituciones renovadas: Dura lex sed lex abajo y arriba.