Tres décadas de panismo en Guanajuato tienen de todo, menos lo que el gobernador
quisiera.
Él asegura que pasamos de ser rurales a ser industriosos, que hacemos más vehículos
que nadie y que estamos en trance de la “mentefactura” (eso que no atina a definir
más que a llevarse los dedos a la cabeza). De aquel estudio hecho por el Tecnológico
de Monterrey a comienzos de los noventa, nomás quedan los ejemplares para la
academia. Si uno de verdad hiciera una evaluación de lo allí contenido y los hitos
presumidos, nomás no se corresponderían, simplemente porque ese no ha sido guía ni
nada.
Si uno le rasca a esos “logros”, la realidad nos atropella. Presume que dejamos el modo
de cultivar para convertirnos en el refrigerador nacional, lo que no dice es que los
campesinos han ido desapareciendo y con ellos sus tierras sometidas a la usura
urbana, y que la concentración en pocas manos de los exportables enriquecen a unos
que acaparan tierra y trabajo. Que las armadoras anden por acá no ha sido casualidad
o mera ocurrencia: se les dan tierras, agua, exenciones fiscales y de trámites, servicios
y hasta sindicatos de protección. Sus trabajadores pueden dar fe de sus jornadas, de
sus traslados y de los salarios sin mayores prestaciones. Así que la baratura les ha
convenido a las marcas extranjeras, esas que nos presumen que “exportan lo
mexicano”. Treinta años de panismo se miden por la sociedad de somos: hemos
incrementado la población urbana pero nuestros indicadores de bienestar están por
debajo de la línea nacional: salud, educación, empleo, ingreso, productividad,
competitividad… Sobre todo, nunca habíamos derramado tanta sangre impunemente.