Largas disquisiciones tuvimos a propósito del sindicalismo en todas sus expresiones. Pocos como él habían nacido, literalmente, en un sindicato. Su vida y su ética le significaban genuino amor al prójimo; era de orígenes católicos, él sí. No como otros…
Del Frente Auténtico del Trabajo no recelaban demasiado los patrones disque católicos de León porque su advocación era esa. Pero al hacerles valer la comprensión del trabajador como prójimo con derechos, el verdadero rostro explotador apareció beligerante. Ya se sabe, la única ideología considerada como valor es la del dinero, lo demás es misa.
Al tiempo en que el sindicalismo oficial priista lo acaparaba todo -tiempos de su hegemonía-, las organizaciones gremiales de otro signo tenían que vérselas con el aparato represor, protector de la inicua explotación que desde siempre acicatea a México. Las izquierdas habían tenido sus influencias, pocas, pero deslavadas; el FAT se erigía alternativa que fue también dejando de lado su religiosidad, aunque circunscrita a regiones e industrias específicas.
En realidad, todo el sindicalismo -el blanco, el rojo y el variopinto- fue perdiendo su empaque y hasta su razón de ser. Con el abandono ideológico del proletariado los aparatos burocráticos se quedaron a simplemente administrar las prestaciones, ya sin lucha ni movilizaciones. Como puede verse en cualquier sindicato contemporáneo, las únicas preocupaciones son rutinarias: días laborados, prestaciones más o menos, jubilaciones y, desde luego, control de las plazas convenientes, aunque del salario nada, congelado oficialmente por décadas.
Las apariciones sociales de los gremios tienen que ver con días mercantiles para celebrar: día del trabajador equis, día de la madre, día del maestro, día de lo que sea en actos pueriles y comilonas con sorteos de enseres caseros. Ni por casualidad existen ganas ni imaginación para movilizarse por solidaridad con alguna causa, y si surgiera la eventualidad, una cooperacha la arregla.
Con la ausencia de líderes, en términos de las ideologías que conocimos el siglo pasado, se terminaron también sus organizaciones. Sin sindicatos de lucha ni partidos de clase, el proletariado efectivamente se quedó sin cabeza…