Lo que hemos estado viendo es un pulso político entre los gobiernos y una parte gremial del profesorado.
Lo que simplemente no está a la vista o no se ha querido ver es el fracaso educativo profundísimo en que estamos metidos.
Es político el encontronazo porque están midiendo fuerzas. No es educativo porque así no se educa, a menos que piensen que la asfixia carretera y los policías son pedagogía avanzada.
Resulta una barbaridad oficial echarle toda la culpa al profesorado, ese conglomerado empobrecido, acarreado y utilizado para mil cosas, menos para darle todos los instrumentos de su desarrollo intelectual.
Creer que miles de hombres y mujeres metidos a profesores como chamba pueden y quieren ser intelectuales es creer que los políticos todos son la pura virtud ética.
Por supuesto que tanto profesores como políticos hay absolutamente respetables en sus tareas profesionales, pero son los menos. Y todos los sabemos, empezando por ellos mismos.
Luchar políticamente es un derecho fundamental. Las estrategias que se trazan y se siguen no pueden ser del agrado de todo mundo. Por eso, ni los centenarios ni los gobernantes tienen las simpatías generalizadas; cada parte sí cuenta con seguidores y hasta alabadores, pero lo cierto que el asombro molesto cunde entre los ajenos a ese conflicto político.
Los medios de comunicación representan intereses que fijan posturas en uno u otro sentido, según al bando que siguen; leerles, verles y escucharles es seguir una línea que se observa a pie juntillas o se denosta, según el usuario. No hay información dura, hay posturas políticas.
Mientras tanto, millones de niños y jóvenes y sus procreadores creen que pueden ser algo en su vida metiéndose a una escuela. Miles de negocios ofrecen los papeles que les darán el pase a su movilidad social. Así se ganan millones a costa de una ilusión, y la realidad es que México no quiere ni puede tener espacios para el saber.