Lo que retumbó en la mañanera fue que Guanajuato está del nabo y va a peor.
Empantanados en la impunidad, en vez de procurar que los delitos se castiguen, el ministerio público se dedica a hurgar entre sus críticos. Dedicar recursos para esconderse del escrutinio ha sido siempre medida de malos gobiernos.
Pero como no se quiere entender el amplio sentido de gobernar, tanto en palacio nacional como en el puerto interior nada hacen por controlar primero y solucionar después la inmisericorde situación guanajuatense.
Allá y acá dicen que las fiscalías son autónomas; con esa coartada se desentienden de las obligaciones de cumplir y hacer cumplir la ley, es decir, de gobernar. Allá y acá están dedicados a lo suyo, que no somos nosotros.
Nosotros tenemos que atenernos a lo que sepamos y entendamos de la pandemia, de la economía y de la inseguridad. Dependemos de nosotros mismos porque ellos, los funcionarios, así lo han decidido y demostrado.
¿Por qué no pensar que los fiscales hagan lo que a ellos conviene? Se mandan solos. Los gobernantes no los tocan, pero sí les retocan el maquillaje de autonomía. Son carnalitos valedores.
Al preciso y al gobernador debería aplicárseles su dicho: si fueran gerentes de una empresa privada, ya los hubieran corrido, dados sus resultados. Y con ellos a toda la cauda de inútiles que engordan la burocracia para elecciones.
Retumbó palacio nacional pero sus ecos se apagan en los oídos sordos de los subordinados. Guanajuato seguirá siendo tope de criminalidad y de impunidad porque sí, porque los gobernantes no hacen lo que juraron.