Venimos del autoritarismo, donde se sabía quién y como ganaba; hemos llegado apenas al mercado, donde el que tiene más dinero juega a ganar; llegar a la elocuencia democrática, sueño lejano.
El partido único que apañó todo para sí aún vive y se las sabe de todas en eso de adquirir clientela; pero su práctica ha sido patentada para todo el sistema electoral y de partidos: ninguno puede competir sin la práctica de agenciarse a personas que le voten.
Los equipos. Integrar, organizar y asignar a quienes se han de encargar de las múltiples tareas de campaña, desde la precandidatura hasta el conteo, significa tener dinero para pagarles. Hay que uniformarles con la marca, pagar viáticos, sueldos, honorarios y salarios; adquirir equipo de toda índole: automotor, sonido, etcétera.
Los utilitarios. Cualquier cantidad de objetos que han de repartirse por doquier vaya la avanzada, la comitiva y los amarradores. Multitudes esperan las campañas para hacerse de objetos para su cotidianidad. Y no hay manera de que un candidato se presente a un lugar sin que esté debidamente “vestido” el acto y el espectáculo (musiqueros incluidos).
Las obras. Como son múltiples las demandas de todo tipo, hay que meter materiales y camiones para calles, caminos, puentes y todo lo que no hicieron los anteriores. Si un candidato ofrece que arreglará tal o cual cosa, el siguiente que pase ya hizo llegar lo necesario para arreglar y ganarse así al respetable beneficiado.
La lana. Lo invertido en una campaña sobrepasa los topes formales, esos se reducen al financiamiento público que se agota enseguida. La verdadera inversión está viendo cómo retorna, con ganancia, ya durante en cargo: he allí el negocio verdadero de nuestra democracia mercantil.