Escoger no es tarea fácil, ni en la vida ni en la cosa pública.
Decidir algo significa que se han valorado las circunstancias y sus consecuencias. A veces se va uno por lo más fácil; alguna otra vez, por lo más riesgoso.
Como individuos, lo más inmediato son nuestras sensaciones, las corazonadas, las emociones; eso no afecta más que a nosotros mismos y a nuestros cercanos. Pero cuando salimos a la calle y nos encontramos con las cosas públicas, es otro cantar.
Si hemos vivido en peligro por la inseguridad, si nuestras situación laboral y económica están de la quinta chilla, si nos indigna la corrupción oficial, si nos abruma la sordera del funcionariado, y si, en fin, vemos que no hay gobierno de las cosas que nos atosigan, entonces debemos hacer algo, comenzando por elegir ese algo.
Escoger o preferir algo o a alguien implica, por lo menos, informarse con inteligencia. Si nos movemos solo por nuestras emociones, las redes sociales repetirán y multiplicarán nuestros insultos a los que creemos son merecedores de eso y más; sin embargo, eso nomás sirve para el mitote y no para resolver atinadamente.
Para elegir o escoger necesitamos saber (no creer) el fin que deseamos alcanzar; enseguida, saber qué significa el encargo que debe adecuarse para ese fin. Ya esto nos pone a pensar y repasar las cosas, más allá de nuestro entripamiento.
¿De dónde vamos a escoger? Pues del sistema electoral que se ha construido en nuestro país. Puede ser que no nos guste y hasta lo rechacemos, pero es lo que hay en democracia y mientras no se modifique de entre sus elementos, deberemos escoger lo más cercano a nuestro conocimiento de las cosas. Y la vía es elegir mediante el voto, con todo y sus consecuencias.