Hoy vi dos desfiles y ambos me devolvieron mi pasado. Uno lejano que me hizo pensar que no hemos cambiado.
Allá teníamos estampitas compradas en la papelería, dejadas como tarea escolar por profesores que repetían lo impreso en ellas. La revolución mexicana era Madero, Carranza, Villa y Zapata luchando contra los villanos Díaz y Huerta, por unos ideales que tenían a México como un pueblo heroico por siempre.
Las representaciones de este día siguen siendo esas. Tropas caracterizadas como personajes de una gesta nacional que repite los mismos valores contra los mismos enemigos. Son aquellas estampitas pero animadas.
La historia nacional no tiene referentes en la historiografía desarrollada por décadas por múltiples estudiosos que han desmenuzado los aconteceres, rescatando datos y hechos que van al fondo de la historia y de sus participantes. Gobiernos y escuela no participan de todo ese conocimiento. Y eso es evidente en sus manifestaciones y prácticas.
Entre nosotros, la historia oficial es La Historia. Sus puestas en escena sirven para dotar de un discurso que se quiere nacionalista, un arropamiento que nos cobija a todos sin excepción. La bandera como símbolo máximo nos cubre como manto sagrado. Y el himno nacional se entona con sus beliconas estrofas sin chistar.
Por todo ello, no extraña que los gobiernos se quieran ver herederos y a la par de esas gestas así concebidas. Trátese del gobierno de México lo mismo que el estatal: ambos sacan sus estampitas con su discurso repetido para quedarse con La Historia.