Dícese que el mexicano está tan apegado a su coche porque le da estatus, esa posición que lo hace más importante que un peatón.
Y dícese también que el automóvil es el principal destructor de las comunidades porque a él se le dedican todo el gasto, todo el esfuerzo y todos los créditos.
Ora que si le agregamos a esta cadena el descrédito gubernamental, su ineficiencia, su inoportunidad y sus “explicaciones” sobre lo que decide, pues está todo a modo para atizar el enojo colectivo.
Los que tienen automotores han hecho que la política nacional destine para ellos la mayor parte del presupuesto: “de las inversiones realizadas en 2015 con fondos federales en las zonas metropolitanas, el 26% se destinó a infraestructura cuyo principal beneficiario es el uso del automóvil (infraestructura vial y pavimentación), superando a todo tipo de inversiones y gastos públicos, como educación (18%), acceso al agua (9%), electricidad (6%), vivienda (4%) o salud (3%).* Así, “los gobiernos locales, estatales y federal siguen gastando grandes cantidades de dinero en promover el uso del automóvil particular. Esto no sólo sucede a través de la construcción de infraestructura vial destinada para los coches privados, sino en amplios subsidios federales a la adquisición y uso de vehículos particulares”.**
Póngale al brebaje gasolina encarecida y saltan indignados los usuarios del vehículo: las redes sociales llaman al linchamiento del presidente, hay manifestantes por cuanta gasolinería y plaza se puede, se estrangulan las carreteras para impedir el paso de otros automóviles y las compras acumuladoras vacían expendedoras y bolsillos.
*Medina, Salvador (2016) “Por qué la inversión en infraestructura para el auto genera mayor desigualdad” en Nexos de noviembre.
**”¿Qué subsidiar, la gasolina y los coches, o el transporte público?” en Nexos de febrero de 2011.