Tanta tontería se dice y se hace con eso de la “ideología de género” que mi única conclusión es que realmente somos estúpidos.
Los anti género no son explícitos en su odio por la mujer; los impulsores del género quieren echar en un saco a todo ser diverso. En las antípodas no hay diálogo.
Unos y otros se olvidan de la persona; para ellos son hombre, mujer o quién sabe qué. Hay que encajonarnos. Unos no quieren que salga nadie de la casa familiar tradicional y otros quieren abrir cuanto clóset, ropero y cubil haya. Pero todos someten a la persona a sus concordancias.
En la tradición católica, impulsora del concepto de familia tradicional, el hombre es creación divina y la mujer un accesorio costillar; uno es imagen y semejanza y la otra provocadora del pecado. Ella es la culpable de la pérdida del paraíso. Ella es, por tanto, objeto de castigo y sufrimiento en el valle de lágrimas al que fueron lanzados. Por tanto, es a la mujer, al género femenino a quién se dirigen en sus diatribas y combates: de ninguna manera se nos puede imponer la mujer en nada, arrean.
Los de las comunidades de la diversidad se pierden en batallas ficticias. Pelean por sí y para sí cuando debieran reunir fuerzas con y por la mujer. Es ella la que pare y cría, la que enfrenta la violencia familiar, la “culpable” de que los hijos salgan “desviados”, la que debe cargar con el peso de ser mujer.
En la era del big data los arrebatos ideológicos francamente dan güeva. De uno y otro lado debieran hacer el esfuerzo por ceñirse a los datos duros, concisos y macizos de nuestra realidad: he aquí el Atlas de género (sin santificarse, por favor).