Cuando el priismo regresó dijo que no quería solo administrar sino mover a México.
Al paso de los años, el fracaso para guiar la nave es evidente: hace agua por todos lados.
Pero el problema es de todos los mexicanos y viene de lejos. Con la democratización electoral surgió un nuevo sistema de partidos, esos canales de integración de identidades y de promoción de ideas alternativas para dirigir al país. Los hay de derechas lo mismo que de izquierdas y de otros sabores y coloraturas, de suerte tal que hemos podido elegir de entre ellos. Y sí, así ha sido.
El tema es que al ocuparse de los encargos públicos, los partidos no han controlado a sus personeros ni han guiado sus autoridades. Esto es, elegimos, se hacen del cargo y operan lo que entienden o lo que pueden sin controles efectivos.
Doce años duró el panismo en la presidencia del país; sin embargo, ninguno de sus dos sexenios imprimió un sello de continuidad que pudiera, primero, desmontar al viejo priismo enquistado en el aparato gubernamental y, enseguida, dejar el sello distintivo de lo nuevo, de lo que haría la diferencia de sistema político. Ya se ha dicho harto y alto: el panismo se ocupó del antiguo sistema sin modificarle nada. Es decir, administra pero no gobierna, como en Guanajuato.
Ocuparse de los aparatos administrativos y burocráticos, controlarlos y utilizarlos para adquirir clientela es a lo que todos los partidos se han dedicado estas décadas de inicial democracia mexicana. De eso proviene la idea extendida de que todos son iguales.
Si uno va al piso político nacional, esto es, a los municipios, saltan a la vista los continuos desastres en los que están sumidos, merced a los ayuntamientos descontrolados y deshilachados que no dan -ni pueden dar- una con sus responsabilidades; si subimos al peldaño estatal, existen pruebas fehacientes de cómo los gobernadores hacen lo que se les hincha sin control alguno; y, como todos lo vemos, el presidencialismo tricolor va de tumbo en tumbo echando todo por la borda.
Basta. México necesita un rumbo y guiarse hacia un nuevo sistema político, uno que tenga que regirse según la idea del derecho para hacer efectivos equilibrios y controles en todos los órdenes.