A quienes llegaron a los gobiernos solo les importa tener dinero.
Con eso de que gobernar es hacer cuanta ocurrencia les ilumine, necesitan cómo pagarlas. Lo de menos es si sirven a los habitantes bajo su responsabilidad. El lucimiento, la causa, el proyecto, esas son la verdaderas “razones” de ellos.
Por eso, cuando cada año termina y se asoma el que sigue, los jaloneos para lograr más presupuesto están de pleito. México es un país centralista a más no poder (agravado ahora por el presidencialismo de ya saben quién), y del centro hay que “bajar” los recursos que exigen los órdenes de gobierno siguientes. Estados y municipios dependen en gran medida de lo que les participa el gobierno federal; así está pactado y esas son las reglas.
Y como no hay suficiente dinero, hay que mocharle a quien se pueda. Los más jodidos somos los causantes cautivos; a nosotros se nos quita no solo impuestos sino que han decidido disminuir o destruir gran parte de las administraciones públicas. Uno dice que porque es una burocracia dorada la asfixia. Otros porque necesitan la nómina para los cuates. Y todos para ver cómo ganan las próximas elecciones.
Lo que va quedando es una serie de administraciones disminuidas en sus capacidades, sin recursos profesionales y técnicos para funcionar y, sobre todo, pura clientela atada a la nómina temerosa de ser mochada.
Cada gobierno quiere hacer con el dinero mochado a nuestros bolsillos lo que dicen será por nuestro bien, pero ¿qué bien produce el desmoche del ingreso que cuesta uno y la mitad del otro lograr?