Definitivamente, nuestra política es pobre, muy pobre. En estos tiempos, cuando los granizos se calientan y muchos sudan calores ajenos, el deporte nacional de postular por oficio o por comisión a cuanto malandrín quiere ser algo desplaza todo interés y vela los auténticos problemas nacionales.
Legiones hay que nada saben hacer en la vida productiva y piensan que metiéndose a la política la van a hacer. Los advenedizos de la chambitis trapean con los instrumentos políticos: partidos, elecciones, instituciones… A todos los niveles y en cuanto círculo político haya, se destapan como si de proctología se tratase. Las redes sociales se llenan de caras sonrientes y videítos cursilones; la gente, ah, la gente, es simple escenografía para la selfie rápida.
Los que se creen con merecimientos personales andan presentando las facturas por cobrar, sus méritos les tienen que colocar en tal o cual posición. Unos se dan con que les pongan de candidato de lo que sea, otros más elevan las miras y de ven poderosos; todos, en todo caso, invierten algo de dinerito para sacar el retorno ganancioso: unos con las prerrogativas lo logran; otros, cuando el cargo, se cobran. Los que están formados en las listas que integran los que deciden quién sigue para tal cargo, deben disciplinarse porque en ello les va la vida. Si quienes se saltan las trancas y se agarran de clavos ardiendo logran llegar, serán excepción que rompe la regla. Pero lo único cierto es que hay espacios vedados: los del verdadero poder. Con la presidencia, las gubernaturas y las burbujas camerales no hay demasiados jugadores posibles: es la parte más escasa pero la mejor. Vaya pues con la política mexicana, tan vilipendiada pero tan acosada por violines y violones.