Pues sí, hace doscientos años que se inventó la república mexicana cuando nuestro estado se sumó al federalismo.
Hoy parece que no importa demasiado todo eso de república y federalismo. El presidencialismo de ahora se denomina a sí mismo como gobierno de México, nunca de los Estados Unidos Mexicanos o de la República; lo suyo es aparte: gobierno de su México. Por eso, ninguna celebración cívica tiene ya a otros representantes de poderes ni, mucho menos, de las entidades federadas, los estados que configuran a la república. Solo se reúne con los suyos: sus gobernadores y sus legisladores; los demás, valen gorro.
En esa realidad, el gobierno guanajuatense ha emprendido una celebración bicentenaria bastante frívola. Dinero tirado en naderías. Lo mero principal no está a discusión en ningún lugar. No tiene mucho caso hacer el caldo gordo de las efemérides y de los personajes que han desfilado por los tiempos pasados. De eso se ocupan los cronistas e historiadores de fuste. Lo vital es qué diantres va a pasar con nuestro estado, cómo va a resolver su relación federal, de qué manera dejará de sufrir la dependencia presupuestal del gobierno central que le quita más y más dineros, qué va a pasar con los otros estados gobernados por diversos partidos, o ¿acaso se puede ser la isla azul en el mar guinda que se ha propuesto el presidente?
Guanajuato tiene hace tiempo lo que anhela el morena:poder ejecutivo como poder de poderes, con el legislativo a su servicio, el judicial a modo y los organismos “autónomos” poblados de azules, incluida la fiscalía eterna.
La cosa no es celebrar el pasado, el problema está aquí: ¿qué haremos de Guanajuato?