Amén de las confusiones ideológicas que la geometría política implican, lo cierto es que en esta tierra cristera ni quién se ostente comprobadamente de izquierdas, ni siquiera porque diosito así lo quisiera.
Si se tratase de las organizaciones sociales, reivindicadoras de causas que pudieran ubicarse en ese lado espectral, pocas y abrumadas por la avasallante organización clerical y confesional subvencionada por los gobiernos panistas.
Si de las académicas, perdidas en su constante endogamia, sobre todo en los ámbitos superiores, tan cooptados por el blanquiazul.
Si de las electorales, extraviadas en su autodestrucción pulverizante. Tocadas desde el principio en una mezcolanza entre religiosa y clientelar, han sucumbido ante las posiciones que se pelean a chingadazos viles. Hoy, en el colmo, van por separado las franquicias partidarias, a contracorriente del Movimiento Progresista que lleva candidato común a la grande. Además, ya se colocaron en las presuntas listas gananciosas a incondicionales ajenos totalmente de cualquier matiz izquierdoso; se trata, antes que nada, de hacer sentir quién manda en el corralito de ancestros priistas. Nada augura siquiera el diputado que quedaba en la actual Legislatura.
Y ya perdidos en la metafísica zurda, la tendencia nacionalista del priismo se perdió hace lustros en el ostracismo; ni existe actuante ni tiene visos de resurgir en sus jóvenes: el nuevo PRI es la derecha tricolor, autoritaria y excluyente, interesada más en cubrir sus intereses que en deslindarse de la otra derecha que controla todo a imagen y semejanza antañona del priismo secular.
Así, nadie se sorprenda del mandato auto asumido del cristerismo político enquistado en el PAN.
