Si una cosa indigna a los mexicanos es que no nos pelen los de arriba.
Ya lo sabemos: un día muy orondos y lirondos andan pidiéndonos que los elevemos a los cargos oficiales para después ni echarnos un lazo siquiera.
Nomás llegan y comienza el gozo de las mieles del poder. Y pa’bajo no saben mirar…
Cuando uno los necesita para que cumplan sus responsabilidades no están, no pueden o simplemente no quieren. Desde la cotidianidad de una calle sin luz o con baches hasta la criminalidad asesina, el funcionariado huye, se fuga y solo aparece en actos a modo y lucidores de su figura.
Si de ellos nos enteramos es porque gastan el dinero público en pagarle a sus medios de comunicación favoritos, esos que les lanzan flores y nunca un reclamo. No pagan para que les peguen.
Ir a un ministerio público es viacrucis; pedir audiencias es como invocar al espíritu santo; exigir justicia es esperar la muerte… y así toda la actividad gubernamental, de todos los órdenes, está gravemente afectada por la separación entre los de arriba y los de abajo. Hasta los partidos políticos perdieron su presencia merced a un político que leyó bien y a tiempo que irse a ras de tierra era la garantía del éxito. Por eso su casa es la corte de los milagros ahora.
No hay presidente de la República, el gobernador constitucional está más que harto y el electo es pollito en fuga, los ayuntamientos son la melcocha inasible y los que vienen andan más ocupados en repartirse los huesos. Es entendible que sus funcionarios ni cachan ni pichan ni dejan batear. ¿Y nosotros? Pos nomás mirando pa’rriba a ver cuándo…