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viernes, mayo 2, 2025

Homo credulus

 

De siempre el hombre ha tenido la necesidad de creerle a algo que le aliviane su existir.

Los dioses han ocupado el lugar primigenio ante la incomprensión de las cosas. Los sacerdotes se hicieron poderosos por su auto asumida intercesión con lo divino. Sus normas y dictados prevalecieron entre los hombres para someterse.

Cuando la razón sobrepuso al pensamiento divinizante, los seres humanos se pensaron depositarios de lo terrenal. En adelante, el poder ya no venía desde lo alto sino del designio popular.

Para la política, dejar de creer que la divinidad era fuente del poder y manumitirlo al pueblo, impulsó la necesidad de creer ahora en los gobernantes. Los encargados de la cosa pública ofrecen ver por el bienestar y se les cree, merced a esa magnificencia otorgada. La credibilidad es el caldo donde se cuecen las albóndigas gubernamentales.

Cuando los partidos políticos acuden al elector, apelan a la credulidad para ofertarle rostros, proyectos y promesas que habrán de llevarle bienestar. En esa creencia, el votante se para en los actos de campaña, mira los promocionales mediáticos y acude a las urnas para otorgar la confianza de que pueda ser así.

La religión inició el usufructo de la credulidad humana; la política apela a su continuación. El problema secular es que ambas han venido dispersando creyentes. Lo religioso se fragmenta en sectas cada vez más abyectas y lo político deja de ser cándido, los gobernantes (y con ellos la política) son puestos continuamente en la picota de la duda.

Ya entrados en el siglo XXI, deberíamos honrar nuestra condición de homo sapiens, pero la evolución nos tiene atorados todavía.

Arturo Miranda Montero
Arturo Miranda Montero
Profesor y gestor asiduo de la política como celebración de la vida juntos.

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