Somos una sociedad con un cáncer extendido: la corrupta violación de todas las normas de convivencia.
Como microbios patógenos, las infecciones pueden a llegar a ser mortales de necesidad porque ese ambiente oncológico favorece la proliferación de bacterias resistentes a los antibióticos.
Es decir, que la resistencia que poseen como privilegio ciertas personas les tranquiliza ante los cargos o penas que merecerían por sus prácticas. Privilegiado significa ser o estar privado en la ley; no como los demás que deben someterse a ella (sobre todo los que no cuentan con poder económico o político). Por eso usted puede andar orondo y lirondo promoviéndose para las elecciones utilizando todos los recursos públicos puestos a su disposición y nada le puede pasar, aunque lo denuncien.
Nunca un corrupto va a aceptarle a usted que se le acuse; al contrario, contraatacará y con todo. Sus argumentos serán simples: todo lo actuado es legal y no hay pruebas. Entonces, un movimiento acá, otro allá, una lana bien puesta y todo quedará en una simple anécdota de escandalito recurrente. Sin punibilidad, lo que hay es impunidad.
Pero no se crea que la patología es aislada; al contrario, es tan infecciosa como que el corrupto cuenta con un sistema inmunológico proporcionado por todos los que pregonan este pensamiento, algo tan viejo entre nosotros: qué pendejo si no te haces rico estando en el poder.
No por nada el funcionariado público tiene mal origen: el poder es para agarrar. Y como esas bacterias patógenas resisten todo antibiótico social, la metástasis se reproduce.