¿Conoce usted a esos que andan promoviéndose para ser elegidos con nuestro voto?
Le adelanto lo obvio: se piensan buenas gentes que quieren nuestro bienestar. No lo son ni lo quieren.
Las señoras que quieren ser presidenciables o las que desean la gubernatura o las que anhelan las presidencias, diputaciones o senadurías, ¿de verdad conocen nuestras urgencias en seguridad, económicas o cualesquiera que anote su merced? Los señores, ¿serán más confiables? Pues no es cosa de géneros. Sus ambiciones no casan con las nuestras. Ellos se mueven por el “deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama”. Mientras, nosotros urgimos de “cosas que se desean con vehemencia” para sobrevivir este mundo cruel.
Como sectas, ellos deciden quién juega para tal cosa. Así resultan ungidos para presentársenos como mercancía novedosa para ser adquirida con nuestros votos. Es decir, los partidos políticos solo nos ofertan lo que tienen, no importa su calidad. Y a nosotros nos toca adquirirlos sí o sí, según sus deseos.
¿En qué momento han pensado en nosotros como personas necesitadas de soluciones?
¿Seremos más creyentes de esos que se creen los destinados por los dioses para traernos la paz y la felicidad? Pues a menos que estemos enfermos de cretinismo, así será.
A estas alturas del año 24 ya sabemos qué quiere cada jugador. Lo que debe importarnos es qué queremos nosotros, sin apendejarnos.
