A las jaurías rabiosamente criminales que señorean por el territorio nacional imponiendo sus usos y costumbres, ahijada por funcionarios de todo tipo, se añade la perrada de ocasión que, hospedada en el confortable pretexto de una sacudida nacional, se avienta contra todo y contra todos los políticos.
A la indignación generalizada se le quiere expropiar mudándola en ira, encabronamiento y rencor. La aversión larvada por no ser como unos quisieran que fuésemos se pretexta para agredir, insultar y poner en virtual leña verde.
Disfrazados con fuenteovejuna cólera, los puros quieren tirar todo a la mierda. Pero, como el hombre mediocre de Ingenieros, salpican nomás moverse en su tambo particular.
“Que se vayan todos”, resulta facilona consigna copiada de otros lares. ¿Y si se van, quiénes se encargarán? Nada de política entienden: nunca queda espacio sin llenar.
El infantilismo necesita bríos, y bien que se los procura la tardanza, la omisión y hasta la comisión gubernamentales. Pero esa historia es larga y ahora quieren tomar el palacio en otoño a la de ya.
Ser opositor no basta, este tiempo de canallas exige desmadrar la política a como dé lugar y a los políticos colocarlos en la picota del zócalo. Así se ataca a la única virtud que inventó la sociedad para vivir junta. Se pretende tirar el agua mugrienta, la bañera y al niño. Además, notoriamente, contra los sicarios y sus patrones ninguna manifestación o encaramiento feroz para limpiar toda la casa nacional.
Puertas y portones, vehículos y expendios, aeropuertos y carreteras, redes sociales y medios, todo para arder, asfixiándonos por venenosos emisarios de sí mismos. ¿Con eso se hace causa común? Todos contra el poder político, pero ¿y el poder criminal? Porque, ojo, no somos la misma cosa, aunque las redes se tejan con esos hilos.
“¿Qué hará, pues, el mísero inocente \ entre aquesta canalla?”
