Los que tienen dinero que esconder siempre lo hacen al amparo del dinero. Tienen con qué para burlar leyes, personas, lugares y gobiernos.
Esquivar todo lo que impida la acumulación de riqueza es práctica de esos a quienes les importan nada los demás, incluidos los poderes legítimos.
El poder, Bobbio dixit, es legítimo si se funda jurídicamente, pero lo distingue del poder legal, el de las puras leyes. Bueno, pues los que esconden algo no lo hacen legítimamente, aunque siempre usen la ley. El origen y destino de la riqueza es asunto secreto (se convierte en ilegítima), y siempre hay alguien que ponga la ley a modo para esconderlo mejor. Ese es el papel que desempeñan abogados de igual laya: los coyotes de aquí o los ilustres de Panamá.
Claro que no es remedio creer que las cosas vienen de lejos y que es nuestro modo de ser. Pero conviene reconocer que con la conquista se desarrolló cada trácala para acumular riqueza y dejar a los demás en la miseria. Por ejemplo (y por ser paraíso de moda) el obispo de Panamá, Tomás de Berlanga, describió a Carlos V en 1535 la “cueva de ladrones y sepultura de pelegrinos,… que es grima ver las estorciones e ynjusticias que allí se hazen y los que las [h]avian de remediar son los principales…que los que tienen algo quedan pobres y los pobres mueren de hambre”. Hoy, en 2016, la esculcada que le han hecho a un solo despacho legal asentado en esa “cueva de ladrones” sacó las “empresas” en las que se empeñan los poderosos de élite que necesitan esconder sus riquezas, aunque en esas se jodan sus países llenos de pobres muertos de hambre.
La grima atávica acrecienta dos cosas: la desconfianza en las élites y el descrédito del derecho. Por eso el malestar con la democracia: ¿Ley? ¿Líderes? La manga, pus qué… Si los poderosos son los que se burlan de todos y de todo, nomás quedan las leyes para los de tres p: pobres, pendejos y putas…