Cuando Trump era candidato vino a México traído por sus colaboracionistas de acá para darle un empujón de campaña.
Luego, esa tarde, fue a Phoenix, Arizona, a dar el discurso ideológico más importante para él, la migración: “sólo hay un tema central en el debate sobre la inmigración y es éste: el bienestar de la población estadounidense. No hay nada que se le acerque en importancia”.
Fue entonces que sentenció lo que ahora ya vemos cumplirse: toda persona que no sea norteamericana es considerada peligrosa, cuya permanencia no se desea.
Sacar rápido a los no deseados y evitar el ingreso de potenciales terroristas, criminales y peligrosos del mundo; para los unos, toda delación y policía disponible para deportar rápido y sin mayores miramientos; para los otros, “nuevas investigaciones de antecedentes para todos los solicitantes que incluyan una certificación ideológica para asegurarse de que las personas que admitimos en nuestro país comparten nuestros valores y aman a nuestro pueblo”.
Para cerrar al país, muro en la frontera sur, fin de la política de captura y liberación, tolerancia cero para extranjeros criminales (ser ilegal), bloquear el financiamiento de las ciudades santuario, hacer cumplir todas las leyes de inmigración, suspender la expedición de visa a lugares donde no se pueda realizar una adecuada investigación, que otros países se lleven a sus ciudadanos cuando se ordenen sus deportaciones, terminar el sistema de seguimiento del visado biométrico de entrada y salida, eliminar el atractivo del empleo y los beneficios, y, en consecuencia, reformar la inmigración legal.
Así se construye Trumpistán…