Nuestros políticos dan cada espectáculo digno de su mediocridad.
Como somos una sociedad que vive por encimita y en el día a día, la pereza intelectual no nos da para pensarle más allá. Si ya veníamos del analfabetismo, la desinformación le añade a nuestra existencia puro valemadrismo.
Entonces no podemos sino elegir a los aventados al ruedo de la política, a esos que no pueden hacer otra cosa que ambicionar poder para decidir en su favor y, cuando mucho, de los suyos más cercanos. Por eso los partidos políticos todos están en una severa crisis.
Por estos días, a cualquier gobernador se le suelta la lengua ignara para enarbolar la bandera casi independentista, abandonar el pacto federal, ese que constituye a la República. Como el centralismo es el signo, no hay dinero para estados y municipios; los sistemas educativo y de salud están en trance de ser centralizados, quitándoselos a las entidades y, en fin, diversos maltratos tienen a munícipes y gobernadores enchilados. Pero nomás gritan de dientes pa’fuera.
A ver, quién será el guapo que le sepa a eso de lo fiscal para hacerse de sus propios dineros y operar sus gobiernos. Los municipios no pueden ni con el predial, deben el derecho de alumbrado público y no tienen de dónde agarrar: sólo esperan transferencias, participaciones o endeudamientos. Los gobierno estatales no dan mejores pasos: la coordinación fiscal salinista todavía los tiene a expensas de lo que se decide centralmente, agravado ahora por obvia vivencia.
Pos gritarán que viva quien viva y dirán misa, pero no darán pie con bola, simplemente por su baja calidad política y sin entendederas.
