La mayor crítica que puede hacérsele a la conocida como transición política mexicana es que procreó a una clase política de muy baja calidad.
Para empezar, todos hacen exactamente lo de siempre: mercadear las elecciones. El que tenga más dinero es el que la hace. No les importa tener compañeros, les gustan los seguidores, followers a los que les organizan shows para entretenerlos.
Ya todo mundo en la política anda buscando escenarios: si esto pasa así, ya la hice; si consigo llenar este lugar, muestro mi músculo, apantallo a medio mundo y los medios dirán de mí maravillas o no, pero no me ignorarán que para eso pago.
La cargada es consustancial del marchante que busca clientes: quienes me apoyen deben demostrarlo en contante, sonante y constante. Es costumbre que el que al árbol se arrima busca la sombra que le rinda cuando llegue el momento de gozar las mieles del poder. Los desplegados, las declaraciones, la asistencia a cuanto acto se preste y declarando elogios como jilguero, ese se hace presente y sirve a la causa. Ya vendrán las facturas por cobrar.
Aparte de las intenciones, viene la logística: quien tenga más posiciones de poder, dispone de organización, presupuesto y recursos públicos para mover aparatos útiles para ganar. No es verdad entre nosotros que los ciudadanos se mochan para alcanzar el triunfo de uno de los suyos. Eso sólo lo hacen los “empresarios” del crimen organizado. Y los gobernantes lo saben.
Pero a todo esto, ¿los verdaderos problemas que nos hierven ya no serán atendidos? Pos no, como ha sido evidente hasta acá. Otra vez nos meten a sus juegos y nomás nos verán para pedirnos el voto. Como siempre.